Vivir bien con menos para cuidar la naturaleza
Elizabeth Téllez Ballesteros, especialista de la UNAM sostuvo que es necesario replantear la relación de los seres humanos con la naturaleza; por ello plantea la primicia de vivir bien con menos
Es urgente mejorar los sistemas de producción alimentarios, generar más conocimiento científico integral sobre enfermedades zoonóticas para la toma de decisiones, además de lograr mayor conexión entre la academia, asociaciones, autoridades y sociedad, a fin de prevenir la siguiente pandemia.
Lo anterior de acuerdo con Elizabeth Téllez Ballesteros, experta del Instituto de Investigaciones Filosóficas (IIF) de la UNAM, quien ofreció la conferencia “¿Cómo resolver los conflictos de intereses entre la humanidad y otros vivientes para evitar nuevas pandemias?”, organizada por el Programa Universitario de Bioética y el Museo Memoria y Tolerancia.
Para la especialista en ética ambiental y animal “urge cambiar el paradigma replanteando nuestra relación con la naturaleza; deberíamos dejar de verla como un medio y más como un fin, dejar de instrumentalizarla, violentarla, transformarla y destruirla”.
La investigadora criticó el antropocentrismo moral de excepcionalidad humana; es decir, pensar en el hombre como una especie distinta a otros seres vivientes aun cuando numerosas ramas del conocimiento (como la paleontología, morfofisiología, zoología, biología molecular o la genética, entre otras) han demostrado esta relación.
Téllez Ballesteros recordó que la consideración de que la especie humana es una excepción inició con Aristóteles con su división de los reinos animal, mineral y vegetal, la cual fue reforzada con la tradición judeo-cristiana, y posteriormente con pensamientos mecanicistas impulsados por filósofos como René Descartes, quien sostenía que si los animales no hablaban es porque no piensan; si no piensan no tienen alma, por lo tanto son considerados irracionales e incapaces de sentir o sufrir.
La experta enfatizó que no se han valorado de manera suficiente los servicios que aportan las diferentes especies a la sociedad, ya sea en la regulación del clima o el soporte clave para la alimentación. Pese a que no son nocivos, se maneja un discurso contra los animales como malos, desleales, engañosos o cobardes.
Afirmó que lo anterior es un tipo de discriminación llamado especismo, injusto y tan reprobable como el racismo o el sexismo. “Creo que esta forma de comportarnos con los animales es lo que ha permitido que surjan pandemias como la que hemos experimentado en el último año y medio”.
Aunque el ser humano ha transmitido enfermedades a los animales, se recuerdan generalmente las que éstos transmiten a las personas y que representaron una grave amenaza regional y mundial como el SARS, que en 2002 infectó a más de ocho mil humanos (se considera que fue contagiada por la civeta, un mamífero carnívoro); o la gripe aviar H5N1, que en 2004 infectó a mil 500 y era transmitida por aves.
Además, la gripe porcina H1N1 la cual se supo que estaba compuesta por material genético porcino, aviar y humano (causó más de 200 mil muertes). El más grave es el actual SARS-CoV-2, el cual desde finales de 2020 a la fecha contabiliza más de diez millones de infectados; se ha culpado especialmente al murciélago y el pangolín.
La investigadora destacó que entre los motivos del contagio se ha desestimado el papel del ser humano en la deforestación, la modificación al uso de suelo, agricultura intensiva, tráfico ilegal de especies y el cambio climático.
“Deforestamos para alimentar al humano y hoy sabemos que 40 por ciento de la tierra se ha transformado a monocultivos, lo que abona no solo a la pérdida de biodiversidad, sino a la erosión de suelos y expone a especies silvestres a un mayor contacto con el humano”, detalló.
Téllez Ballesteros expuso que hay preocupación por la cantidad de agua utilizada para producir alimentos. Por ejemplo, en la industria ganadera se requieren más de 15 mil litros para obtener un kilogramo de carne; cinco mil litros para un kilo de queso, casi tres mil 500 para un kilo de arroz, mientras que para un kilo de papa, tomate y zanahorias se necesitan menos de 300 litros.
No es por hambre que se consumen los animales, ya que estudios de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura revelan que en el mundo se desperdicia de 40 a 50 por ciento de frutas, hortalizas, raíces y semillas; 30 por ciento de cereales; 35 por ciento de pescados, además de 20 por ciento de carne y productos lácteos, aseveró la universitaria.
La Organización de las Naciones Unidas calcula que estas cantidades serían suficientes para alimentar a dos mil millones de personas en los países que más lo necesitan, añadió.
¿Qué hacer?
Comentó que de acuerdo con un estudio internacional llamado Healthy Diets from Sustainable Food Systems, es necesario reducir 88 por ciento el consumo de carne de cerdo, 73 por ciento de bovino y 49 por ciento de arroz; incrementar 282 por ciento la ingesta de semillas y nueces, 209 por ciento de legumbres y 77 por ciento de verduras y vegetales.
Asimismo, conservar la biodiversidad, prohibir la cacería, captura, comercio y consumo de animales silvestres, así como cerrar los mercados que los venden.
Sugirió retomar el concepto “justa medida”, lo que significa consumir solo aquello que sienta bien y hace bien a los seres humanos; es decir, transitar de la producción en masa a la basada en ciclos y a un sistema energético que explote la luz solar. En pocas palabras: vivir bien con menos.
Téllez Ballesteros precisó que se busca producir sólo alimento suficiente para nuestro consumo, cerrar los ciclos, no transportar lejos los materiales para evitar la llegada de organismos ajenos al ambiente en el que nos desarrollamos, apreciar más lo que se produce localmente y respetar la biodiversidad.